viernes, 1 de octubre de 2010

Viernes

Él

Llega a casa. Coge un cigarro. Se lo coloca en la boca. Despacio. Lo sujeta entre sus labios. Demasiado carnosos, demasiado secos. Demasiados cigarros.
Lo iba a dejar. Hace tres días. Pero vio un par de zapatos colgados de los cordones sobre una cuerda de tender y pensó que la vida era demasiado corta y tenía demasiado poco sentido como para no permitirse unos cuantos vicios.
Se acerca a la repisa y busca su mechero. Liso y negro. Lo enciende con su mano derecha. Es fuerte y masculina, tanto que refleja su personalidad. Demasiado dura para su corta edad.
Al acercar la llama encendida, aspira con fuerza... el humo corre por su boca, su garganta... pasa hacia los pulmones, cada vez más negros. Cada vez más llenos de mierda. Como él.

Y así, con el cigarro aprisionado entre sus labios. Separándolo sólo unos segundos de tensión antes de volver a darle otra calada, y otra, y otra... , se acerca al sofá donde está Ella y la agarra por detrás, por la cintura. La besa en la cara, dejándole ese humo contaminado alrededor. Hoy no le responde. Está demasiado concentrada en su reportaje sobre el aumento de la esperanza de vida. Palabras y palabras, y fotos, muchas fotos sobre ancianos que no pueden ni andar... Sobre tobillos hinchados, corazones dañados y cánceres extendidos que no les dejan ni moverse. Y piensa que el aumento de la esperanza de vida no es más que otra mierda pintada de rosa.

- Yo no quiero vivir tanto.

Y Ella. Que hasta entonces ni había parpadeado. Sale del trance y le mira por primera vez.

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